La Herencia

pídeme, y te daré por herencia las naciones.

pídeme, y te daré por herencia las naciones.

pídeme, y te daré por herencia las naciones.

salmos 2:8

Es hora de pedir. Pedirle a Dios lo que, a lo mejor, a nosotros nos parece una locura o imposible. Jesús mismo nos recuerda varias veces (Lucas 11:11) de la bondad de nuestro Padre en cuanto a contestar nuestras oraciones. Como hijos amados y escogidos, nos podemos acercar al trono de gracia y justicia confiadamente (Hebreos 4:16).

Vimos con el ejemplo de Daniel (Daniel 9:23, 10:12) que nuestras oraciones impactan al reino. Es decir, nuestras peticiones, declaraciones, y alabanzas, mueven y cambian las circunstancias. Tú y yo somos actores con poder y autoridad en lo espiritual. Y, yo creo, que cuando se lo pedimos a nuestro buen Padre, Él puede manifestar ese poder y autoridad aquí en la tierra si nos disponemos a escuchar su voz y obedecerla, aunque nos cueste algo.

Es importante que seamos conscientes de que cuando Dios nos responde, nos suele movilizar a nosotros como parte de la respuesta. Por eso, oremos con humildad y disposición, sabiendo que Dios nos podría pedir que luchemos, defendamos, lideremos, armemos, etc. Orando con fe significa que oramos preparados de formar parte de la solución.

Si oramos confiados en nuestra identidad como hijos e hijas del buen Padre, convencidos de que nuestras oraciones impactan tanto al reino como a la tierra, y conscientes de que su respuesta podría requerir nuestra plena obediencia, de pronto nuestras vidas se convertirán en testimonios de su milagroso poder y favor.

En Santiago 5:16 vemos que la oración eficaz del justo puede mucho. Y, en Hebreos 4:12 nos damos cuenta de que la Palabra es viva y eficaz. Entonces una buena manera de empezar a fortalecer nuestras vidas de oración confiada, convencida, y consciente es orar proclamando lo que encontramos en la Biblia.

Empieza con una promesa…solo una frase. Órala, declárala confiado de que tú ya no eres tú, sino que estás sentado en lugares celestiales como hijo amado (Efesios 2:6). Órala convencido de que va a pasar porque ya está hecho en el cielo (Marcos 11:23-24). Órala consciente de que te puede tocar cumplir esa voluntad de Dios en la tierra.

Por ejemplo, yo voy a empezar con una promesa del segundo salmo. Son muy pocas palabras, pero cuando las estudiamos, vemos que estas pocas palabras conllevan mucho poder. Voy a pedirle a Dios que me dé las naciones como herencia. Lo declaro y proclamo con confianza de que doy la talla…no por quién soy yo, sino por quien Él me ha hecho ser con su sangre. Lo declaro convencida de que mi buen Padre quiere darme las naciones como herencia,  y lo va a hacer. Lo declaro consciente de que esta promesa implica que actué yo. Puedo dar pasos sabiendo que, en ellos, mi Dios se encontrará conmigo, me equipará para lo necesario, y me guiará en cada momento con su dulce voz.

Pedirle a Dios las naciones no es nada ligero. Implica acción. Implica movilización. Implica obediencia radical y disposición sin fin. Pero…también implica una victoria garantizada porque Jesús ya la ganó en la cruz. Implica ser utilizado por el Rey de reyes y ser su embajador entre las naciones de la tierra. Implica la presencia permanente de Dios todopoderoso que, nunca, jamás me fallará ni me abandonará.

Arriésgate. Ora lo que te parece una locura, y déjate quedar sorprendido a causa de la fidelidad de nuestro Dios.