Plenitud & proceso

La historia de amor más apasionada de la historia; lo que más tengo por seguro y por lo que me lo arriesgaría todo. El romance más ilógico, el celo más santo, la aventura más gloriosa.

El único Dios perfecto en justicia y a su vez loco por amor; se hizo hombre. Vivió lo que yo nunca pude haber vivido y murió la muerte que yo misma merecía. Venció a la muerte en mí y me entregó las llaves de toda autoridad en este lado del cielo. No solo me limpió, no solo me rescató de un destino de destrucción, que hubiera sido más que suficiente…sino además me coronó con su justicia. Y me dio un nuevo nombre, me hizo heredera legítima de su belleza, me sentó en lugares celestiales junto con Él. 

Y esta es tu historia también. 

1 Juan 3:1 “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”.

El amor más real que ha existido y existirá en el universo se nos ha acercado a nosotros, nos ha transformado desde nuestro interior hacia fuera. Ese amor nos revoluciona tanto cada aspecto de nuestro diario vivir, tanto que es imposible que nos deje igual. 

Cuando le vemos a nuestro Amado, a Jesús mismo, su persona nos contagia con su justicia, o su perfección. Nos encontramos con el amor más puro, la compasión más intensa, la convicción más profunda de la verdad, y esas características de Él empiezan a tomar raíz en nuestros corazones.

1 Juan 3:2-3 “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.

Qué privilegio ser hijo. Qué privilegio ver. Qué privilegio ser transformado.

No podemos perder de vista ese vínculo entre el verle a Jesús “tal como es” y el ser transformados a su corazón. Ahora sí, vemos en parte, conocemos en parte (1 Cor 13:9), pero aún así nos podemos purificar en su poder por su gracia. 

Por qué anhelamos eso? Porque, “nosotros, por el Espíritu, aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gal 4:5). 

Al final le veremos y esta es una promesa. Y cuando le vemos, seremos cómo Él es, seremos santos. Compartiremos de la plenitud de su justicia. 

Así que teniendo por el Espíritu esa “esperanza de justicia”, la promesa de que seremos semejantes a Él al final, hoy podemos pedir una mayor revelación de su persona, de su rostro.

Aunque no le veremos por completo en este lado del cielo, lo que sí nos es revelado, lo que sí vemos, es el catalizador de nuestra purificación. Es el combustible de nuestra transformación a su perfección. 

2 Cor 7:1 “Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación”

Perfeccionarnos de toda contaminación (en su poder, por su gracia) nos “desbloquea” nuevos niveles para contemplar su gloria. El círculo más hermoso que hay es el verle, y por consecuencia ser perfeccionado, y entonces poder verle más, y entonces poder ser más como Él, y entonces verle más, y así poder ser más y más transformado…Y así hasta llegar al final.

Nuestra santificación, purificación, el proceso de parecernos cada vez más a Cristo, es justo eso, un proceso en este lado del cielo. Un camino que paso a paso, nota por nota, nos lleva de gloria en gloria.

Lo que aquí es poco a poco, en gloria ya consumado es. Lo que aquí es un caminar diario, allí es un contemplar eterno. Lo aquí es en parte, allí es plenitud.